Por: Armando Mixcoac
Fue hasta mediados del siglo pasado cuando las diferentes sociedades a nivel mundial cobraron conciencia sobre la importancia de discutir y llegar a acuerdos en cuanto a la educación ambiental. A partir de la revolución industrial, en el siglo xviii, y durante el crecimiento de las grandes potencias económicas en el xix y xx, la máxima de los grandes Estados era explotar los recursos disponibles. Ahora sabemos que esa sobreexplotación conlleva consecuencias, que en el dicho no suenan tan impactantes o catastróficas, pero la realidad nos ha demostrado que lo son: cada vez hay más contaminación en las ciudades y gases en la atmósfera que producen un efecto llamado “invernadero”, la acumulación de esos gases también genera una mayor cantidad de calor, está comprobado que la temperatura media en nuestro planeta es hoy 0.85º más alta que a finales del siglo xix, esto produce más calor en todo el mundo, mayores sequías, muertes de animales producto de éstas, menores cosechas y el deshiele de los polos.
Diversas naciones de todas partes del orbe han tomado conciencia del enorme problema que esto representa para todas las especies de animales y plantas que habitamos la Tierra, y por eso han tomado cartas en el asunto con acuerdos como el Protocolo de Kioto o el Acuerdo de París, donde se han comprometido a implementar acciones en contra del cambio climático. En pequeña escala, todos podemos contribuir con medidas diarias que no transforman drásticamente nuestras rutinas, pero a la larga su impacto puede ser sumamente positivo, por ejemplo: sustituir las bombillas normales por aquellas que son ahorradoras; usar el auto lo menos posible y buscar alternativas viales como las bicicletas; apagar los electrodomésticos cuando no los usamos; cerrar la llave del agua cuando te enjabonas en la regadera y reusar el agua de ésta para el escusado; separar la basura en orgánica e inorgánica y reutilizar la mayor cantidad de envases que puedas.
Últimamente ha salido a relucir mucho el tema de lo dañinos que son los popotes. Como cualquier otro producto derivado del plástico, tarda muchísimo tiempo en biodegradarse, hasta cien años, y en realidad nosotros lo usamos sólo un ratito. En muchos casos, no son realmente necesarios y puedes tomar tu bebida sin ellos. Algunos científicos y empresas están trabajando en desarrollar opciones amigables con el ambiente, pero también, si para ti es muy importante usarlo, puedes llevar contigo uno no desechable y lavarlo en casa. Todo el tema de los popotes y su daño a la naturaleza se desató cuando, hace tres años, se hizo viral en redes sociales el video de una tortuga que tenía un popote incrustado en la nariz y que, al momento en que se lo quitaron, parecía llorar del sufrimiento.
Las tortugas son animales maravillosos, tienen la mala (y un poco falsa) reputación de ser demasiado lentas: es verdad, algunas especies caminan muy despacio; pero hay otras que nadan a grandes velocidades y recorren enormes distancias para desovar en diferentes playas del mundo. Existe una gran variedad de tortugas en todas partes del planeta, pero lo cierto es que estos reptiles, de la clase saurópsida, son habitantes de la Tierra desde hace miles de millones de años. Está en nuestras manos que sigan viviendo aquí durante miles más.
Te invitamos a que viajes a la Reserva Pacuare en Costa Rica, vivas ahí y formes parte del programa de conservación de dos especies de tortuga con las que allí trabajan: la tortuga Baula y la tortuga Verde. Podrás admirarte con el asombroso espectáculo que es verlas desovar; recolectar, catalogar y salvaguardar esos huevos hasta el día en que nazcan las pequeñas tortugas y sea momento de liberarlas. También podrás impartir clases de educación ambiental a niños costarricenses locales y con todas estas acciones hacer que tu impacto ambiental sea aún más positivo. Anímate: